«Haití es el chivo expiatorio a partir del que una élite dominicana define su vinculación con lo europeo, lo blanco y lo católico»
El reciente anuncio de la construcción de una verja en la frontera entre República Dominicana y Haití volvió a poner en la mira la difícil relación entre los países vecinos.
El presidente dominicano, Luis Abinader, elegido en julio del año pasado, afirmó el 27 de febrero que en el segundo semestre de 2021 comenzará la construcción de una verja con Haití, país con el que la República Dominicana comparte una frontera de casi 400 kilómetros.
«En un plazo de dos años, queremos poner fin a los graves problemas de inmigración ilegal, narcotráfico y tránsito de vehículos robados que padecemos desde hace años y lograr la protección de nuestra integridad territorial que llevamos buscando desde nuestra independencia», dijo Abinader.
La construcción de un muro o verja con el país más pobre de la región ha sido una idea recurrente en la política dominicana que ahora parece tomar fuerza con Abinader al frente.
El anuncio sorprendió a los expertos que esperan del nuevo presidente una política de Dominicana más abierta después de que el gobierno acordara recientemente ayudar a Haití a dar documentos de identidad a los ciudadanos que viven en territorio dominicano.
El gobierno estima que unos 500.000 inmigrantes haitianos residen en Dominicana. Pero una gran parte de la comunidad haitiana, que es el 5% de la población del país, no tiene permiso de residencia.
Con motivo del anuncio de la construcción de la verja, en BBC Mundo entrevistamos a Juan Miguel Pérez, profesor de Sociología en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, egresado, entre otros, del Instituto de Estudios Políticos de París y experto en las relaciones entre ambos países.
La entrevista ha sido editada y recortada por motivos de extensión y comprensión.
La valla ha sido una idea que lleva tiempo en República Dominicana, pero, ¿por qué ahora se da ese paso y qué dice de la evolución de la relación entre ambos países y del nuevo gobierno?
El tema de Haití en la política dominicana es una constante histórica porque además de la incidencia en la economía también existe una clase política que lo suele usar y levantar como bandera de gobernabilidad. La verja, la retórica histórica de hostilidad hacia la inmigración haitiana de los sectores dirigentes conservadores, es quizás una concesión ante un cambio de política, que es lo que está por esperarse. (…)
Ahora puede existir una variación de la política tradicional, hacerla más amistosa hacia los inmigrantes haitianos, hacia el comercio, y puede que el anuncio del muro sea un seguro con el cual se garantiza que los sectores más conservadores estén tranquilos y vean que la soberanía y sus reclamos no sean trastornados.
Entonces, ¿cree que es una estrategia para contentar a los más conservadores mientras se entabla una relación más amistosa?
Tanto el canciller (Roberto Álvarez) como el partido de gobierno provienen de la socialdemocracia, que fue víctima en el pasado de acusaciones racistas (…) Y que está a favor de un cambio de política y de un giro más progresista.
¿Podemos esperar un giro progresista de Dominicana hacia Haití?
Todavía es temprano, pero pudiera haber una política más liberal hacia la migración haitiana, sobre todo porque el canciller y el presidente son muy cercanos al ala liberal de Washington.
A la espera de esos posibles cambios, el anuncio de la verja parece confirmar lo que parece una constante histórica: la hostilidad hacia la migración haitiana. ¿A qué se debe?
El Estado dominicano se erigió contra una ocupación haitiana. Y aunque los fundadores de la nación fueron en su mayoría respetuosos con los derechos humanos de los haitianos, eso luego ha sido instrumentalizado por sectores conservadores, hispanizantes, que ven Haití como la antípoda de Dominicana y que han utilizado al haitiano como una especie de chivo expiatorio de todo lo que no es el dominicano.
Las élites han atizado la hostilidad entre los dos pueblos. La clase dirigente ha utilizado el tema haitiano y la migración para explotar un sentimiento interesado.
El gobernante de facto Rafael Trujillo (1930-1961) usó el blanqueamiento de la sociedad y el argumento de que Haití era un atraso para fomentar el nacionalismo. ¿Sigue ese germen de alguna manera en Dominicana pese al paso de los años y la democratización?
Nunca hemos tenido un gobierno que adopte una postura de ruptura con el pasado de forma clara. Trujillo organizó una masacre en el año 1937. Era el operador, pero esa ideología conservadora estaba allí (…) una posición ultraconservadora que vincula los orígenes culturales del pueblo dominicano a Europa. Y Haití era el perfecto contraejemplo, según la ficción con la que se construyó esta ideología. De allá para acá lo que ha existido es la continuidad de la misma política.
¿Qué ganan esas élites para fomentar la idea de que el problema de Dominicana es Haití?
Lo primero es que es el chivo expiatorio a partir del cual prevalecen como definición oficial de una cultura dominicana los rasgos culturales que pertenecen a esa élite: su vinculación con lo europeo, lo blanco, a lo católico y a lo cristiano.
¿Y Haití entonces es lo contrario de lo que representan ellos?
Exacto. Usan el aparato de Estado para convertir esa contraposición en lo que define la ideología oficial del pueblo dominicano. Luego movilizan esas ideas en detrimento de Haití y los haitianos para ocultar la responsabilidad política de las elites al gobernar un país que tiene sus calamidades.
Es más fácil acusar a las mujeres haitianas de que están usando los servicios hospitalarios de nuestro país en detrimento de las dominicanas que dan a luz porque eso hace que no se responsabilice de la crisis de los servicios hospitalarios a esas elites gobernantes ni al sistema de redistribución de riqueza de este país, que es uno de los más inequitativos del continente.
En esa relación hostil hay varias paradojas: son dos países que comparten espacio, que comparten un pasado de opresión, hay un componente racial cuando buena parte de la población dominicana es también afrodescendiente y se mira mal al inmigrante cuando la propia República Dominicana es un país emisor de emigrantes.
Esas paradojas resultan de una ficción política que ha sido usada como política de Estado, como ideología oficial de la que emana un prejuicio que ha ido cediendo, pero del que no existe aún una ruptura.
Usted argumenta que es un asunto de élites desde hace años, pero ¿cómo es la relación a pie de calle entre dominicanos y haitianos? En 2010 tras el terremoto de Haití vimos cómo ayudaron los dominicanos.
La inmensa mayoría de haitianos que convive con dominicanos lo hace con mucha fluidez, pero de vez en cuando afloran esos sentimientos inoculados, prejuicios con los que los dominicanos crecen y que emergen como estigmatizaciones y en algunos casos hostilidad y violencia, sobre todo cuando sienten que en su situación de nacional pueden tener una ventaja por encima del haitiano respecto a un bien escaso o distribuido por el Estado.
Hay un componente racial en la discriminación, pero sobre todo entiendo que se basa más en la situación de pobreza en la que se encuentra Haití.
Son vulnerables para ese discurso del que hablamos. El haitiano tiene esa composición social de ser negro, pobre y de tener una historia distinta al del dominicano.
Han pasado gobiernos de derecha y de izquierda y la postura ha sido muy similar.
No ha habido una ruptura de política de manera clara. Sé que hay una evolución, que en la juventud dominicana ha habido un cambio, pero esa juventud aún no tiene capacidad de decisión política.
¿Cómo debería ser la relación? ¿Qué se puede hacer diferente?
La inmensa mayoría de inmigrantes dominicanos que llegaron a Estados Unidos llegaron en condiciones de ilegalidad. Poco a poco se legalizó su estatus migratorio otorgando residencia o naturalizando. Y eso lo que hizo fue construir unos vínculos, incorporar la mano de obra dominicana a la fuerza laboral de Estados Unidos y hoy la comunidad dominicana ha sido una pujante fuerza productiva en Estados Unidos y fuente de sostenimiento de la nación dominicana con las remesas.
Tenemos que mirar ese ejemplo de reciprocidad, es la estrategia que nunca ha sido utilizada: regularizar su estatus, incorporar a esa mano de obra con todos sus derechos sociales y económicos y mirar que es mano de obra extremadamente productiva, que construye todas nuestras obras públicas y cosecha la comida que ingerimos.
Habría que poner a un lado los prejuicios y fomentar el sentido común, el pragmatismo y poder incorporar a esa gente oficializando su estatus migratorio.
El anuncio de la verja no parece muy esperanzador.
La figura del muro cae muy mal, es el símbolo del trumpismo y este gobierno fue de los primeros que reconoció a (Joe) Biden (como presidente de Estado Unidos). Suena contraproductivo, habría que esperar, pero hay muestras de que pueda ser una pequeña concesión frente a una política con relaciones más intensas en el plano comercial que necesariamente debería tener como respaldo una transformación de la política migratoria para favorecer el reconocimiento de los trabajadores haitianos en nuestro país.