La República Dominicana es un país insólito. El diccionario define la palabra como extraño, inusual, infrecuente, extraordinario, inaudito, raro, sorprendente, extravagante y desacostumbrado.
Manuel Arturo Peña Batlle lo había descrito como tal en el siglo pasado, en oposición de lo que suele ser normal y corriente en el entorno de su realidad y circunstancias. En el nuevo siglo, la nación no deja de dar sobresaltos y sorpresas inauditas.
En esta ocasión, los Idus de Marzo han dejado en esta media isla un sabor amargo en un sector de la opinión pública, fruto de una decisión judicial en un caso de alto vuelo que no deja de ser cuestionable por sus méritos de forma y de fondo.
Ello plantea la paradoja de que un fallo contrario de un tribunal de la República, en un caso no apto para cardíacos, es rechazado porque se entiende que había suficientes méritos para llevar a juicio a un acusado, pese a la presunción de inocencia que estipula la ley.
De ahí que la institucionalidad de las cortes y los jueces sea ahora duramente cuestionada. Si el fallo hubiera sido a favor de la Procuraduría y en contra del acusado, la reacción habría sido de satisfacción y de elogios para los tribunales. Pero no ha sido así.
En el realismo mágico que nos arropa, siempre queda la opción de apelar si los tecnicismos legales lo permiten. Pero como somos testigos de la realidad inaudita en un país insólito, lo más lógico es que la lógica de la sinrazón se imponga, la incertidumbre y la desorientación se apoderen de todos y concluyamos una vez más que el país está metido en un callejón sin salida.
El Estado ni las instituciones privadas no siempre facilitan los procesos; por el contrario, a veces tienden a complicar hasta lo más simple. Con razón, la ciudadanía anda exasperada cuando acude en busca de servicios por falta de la debida orientación o por deformación de la información ofrecida.
La vida cotidiana en el territorio dominicano está llena de hechos insólitos, injusticias, maltratos y hechos que amargan la existencia, salvo momentos agradables. La historia nacional ha sido una de demasiados sacrificios. La lucha eterna entre conservadores y liberales ha llevado al pueblo dominicano por la calle de la amargura y muy pocas satisfacciones.
Lo normal, lo razonable en cualquier gestión que se realice, lo mismo en un banco o en el cementerio, sólo es posible en la medida de la capacidad de un individuo para entender que la República Dominicana es un país a medio hacer, incompleto aún, en proceso de ser. Aunque algunos pretenden que sigamos siendo una tribu con bandera.
Sólo un esfuerzo extra, una nueva mentalidad que supere la mediocridad y la ignorancia, es necesario para lograr que las gestiones arrojen los resultados esperados en términos prácticos y con el mayor beneficio para todos. Lo demás es carnaval y discurso para las graderías, la vida insólita…