Una breve historia de la corrupción

Mucho se habla de la corrupción, pero parecería que la capacidad de conceptualizar sobre ella en la persona común está muy fragmentada, quizás provocado por el tratamiento del tema en los medios de comunicación, así como por la idiosincrasia de cada país, la cual también delimita apreciaciones y prejuicios locales sobre la temática, pero ¿qué es realmente la corrupción?
Si nos limitamos a una definición puramente semántica, encontraremos que la Real Academia Española define la corrupción como la “acción y efecto de corromper o corromperse”, además dice que “en las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores”.
Por otro lado, vale la pena hacer el esfuerzo de encontrar una definición adecuada de la corrupción desde la perspectiva del estudio de los fenómenos sociales, pues el primer paso para resolver un problema es, efectivamente, entenderlo. Pero llegar a una definición consensuada no es tan fácil como parece, pues las sociedades humanas evolucionan, y no todas en la misma dirección o con la misma rapidez.
Para un latinoamericano sería inaceptable que el pueblo sustente económicamente a una monarquía, pero en otras regiones, como en Europa, esto resulta de lo más normal. Por otra pate, la mayoría de países occidentales consideran correcta la separación entre Estado y religión, pero en países como Irán hay un Líder Supremo, el cual es un jefe religioso, mismo que es el jefe del Estado, por encima del presidente.
Lo que se considera legal, así como la misma moral, varía en relación al lugar y al tiempo.
Los filósofos han discutido sobre la moral por milenios, pero si nos circunscribimos a lo que decía Immanuel Kant sobre esta, tenemos lo que se conoce como su imperativo categórico de actuar siempre como si lo que hacemos pudiera establecerse como una ley universal, además de ser reversible, es decir, desear que también otros lo apliquen a ti, y, finalmente, no debería haber excepciones a estas reglas universales.
Pero, quizás la más importante de las reglas morales de Kant podría ser el principio de los fines, el cual plantea siempre tratar a otros, y a ti mismo, como fines y no como meramente medios para conseguir algo.
Sabemos también que la corrupción tiene más de una cara, pero para fines de simplificar el análisis la dividiremos en dos grandes grupos, la corrupción privada y la pública, sin embargo, como veremos a continuación, las dos se correlacionan fuertemente, provocando sinergias entre sí que las potencian y alimentan.
Según Joseph S. Nye (Gardiner, 1993) la corrupción pública es “aquella conducta que se desvía de los deberes normales de un cargo público por consideraciones privadas (familia, amistad), pecuniarias o de status; o aquella que viola normas restrictivas de cierto tipo de influencias en beneficio privado”. Como podemos ver hay una correlación directa con lo privado.
Y la corrupción privada incluye cualquier práctica ilegal, ya sea esta contra el estado, como la evasión de impuestos, o acciones ilegales contra otro particular, como la agresión física, la estafa, la competencia desleal, etc.
Pero ¿por qué existe la corrupción en todas partes, ya sean en naciones desarrolladas o en países emergentes? Para eso tenemos que irnos al origen mismo de porqué existen las leyes en primer lugar.
Hace 12 mil años aproximamente nuestra especie aprendió a domesticar las plantas y ocurrió una de esas revoluciones trascendentales que cambian totalmente como nos relacionamos entre nosotros mismos y también con el medio ambiente.
Producto de la posibilidad de poder asentarnos y abandonar la vida nómada, por la nueva posibilidad de almacenar alimentos y otros suministros en una misma zona, aparecen las primeras ciudades y, con ellas, una serie de nuevos problemas a los que enfrentarnos.
Estas primeras ciudades ancestrales tenían la necesidad de sostener grandes cantidades de personas, como nunca antes, y proteger y controlar al mismo tiempo los recursos almacenados, por lo que parece la escritura y las primeras formas primitivas de gobiernos, así como los primero ejércitos. Pero también, para dirimir los nuevos conflictos que se derivaron de esta nueva realidad, se crearon las primeras leyes.
Desde mucho antes del Código de Hammurabi, considerado como uno de los primeros y más completos compendios legales de la antigüedad, escrito hace más de 3,700 años, ha habido personas que violan los preceptos legalmente establecidos, cometiendo actos de corrupción, y lamentablemente, en un mundo imperfecto, compuesto por sociedades humanas igual de imperfectas, siempre los habrá, pero el ideal a perseguir sería mantener las violaciones en su mínima expresión.
Ahora bien, para mantener la corrupción, en cualquiera de sus formas, lo más disminuida posible, las leyes han tenido que tratar de evolucionar a la par de los cambios sociales que se producen a través del tiempo, pero lamentablemente, demasiadas veces, quienes hacen las leyes parecen rezagados o se entrampan en prejuicios del momento y parecen reaccionar de manera tardía a la demandas del presente.
Hubo un tiempo en que la esclavitud era legal, pero una vez superada esta realidad, la siguiente injusticia legalizada a superar era que los negros y las mujeres no podían votar, pero más impresionante aún es que hoy todavía hay países donde ser homosexual es un “delito” que puede pagarse incluso con la propia vida.
Hay que entender esta dinámica dialéctica que se da entre lo que una sociedad considera moral y las leyes que aprueba para imponer lo que la mayoría, o las clases dominantes, consideran correcto, porque a veces, aún aprobando las normas correspondientes, el comportamiento de la gente resulta contrario a estas, y en ocasiones, este comportamiento, ilegal según la normativa vigente, es más bien un grito desesperado por más justicia social.
Podemos citar el caso de la desobediencia civil fomentada por Mahatma Gandhi y sus seguidores en la India a mediados del siglo XX contra el imperio de Inglaterra que dominó a ese país por demasiado tiempo, unos sucesos que son fácilmente celebrados hoy, pero que en su época fueron condenados duramente por el régimen vigente.
En tiempos muchos más recientes, el banco británico HSBC, específicamente en el año 2012, fue multado por el gobierno de los Estados Unidos de América (EE.UU.) con la suma de 1,900 millones de dólares, por posibilitar lavado de dinero de los carteles de drogas y haber manejado dinero de países sancionados como Irán, Siria y Arabia Saudita.
Pero la anterior no es la única sanción monetaria que ha recibido el banco HSBC, México también les hizo pagar, pero a pesar de todo esto y mucho más, la empresa sigue siendo la mayor entidad de intermediación financiera de toda Europa. Quizás en el futuro alguien plantee que a una empresa con este historial se le impida operar, pero por lo pronto lo legal es imponerle un castigo que muchas veces no le causa ningún dolor real.
En América Latina ocurrió un caso épico de corrupción reciente, el cual involucraba a una empresa brasileña de construcción con una red de sobornos para ganar licitaciones de obras, Odebrecht. Este caso llevó a la ruina a políticos, empresarios y hasta provocó la renuncia del presidente de Perú, Pedro Pablo Kuczynski, así como el suicidio de un expresidente de ese mismo país, Alan García.
En Latinoamérica, a diferencia de lo que ocurre en países desarrollados, persiste una especie de normalización de la corrupción que fue en gran parte estimulada precisamente por empresas de países desarrollados que se instalaron allí fundamentalmente durante el siglo XX. Pero podemos irnos mucho más a atrás en el tiempo y ver que las mismas colonias españolas instaladas en la región desde hace más de cinco siglos eran instituciones eminentemente corruptas.
Quizás es injusto establecer esta diferencia con los países de América Latina, pues en democracias modelos, como los EE.UU., ha habido asesinatos de presidentes sin aclarar, presidentes renunciantes por abuso de poder, y más recientemente hubo un juicio político al presidente actual por intimidar al primer mandatario de Ucrania, condicionando la ayuda financiera a que este iniciara una investigación en contra de un contrincante político estadounidense.
Aún así, debemos admitir que lo que diferencia a los países desarrollados de los que no lo son, es precisamente una institucionalidad mucho más fuerte e inclusiva, como argumentan Daron Acemoglu y James Robinson en su obra “Porqué fracasan los países”.
Muchos han olvidado como la United Fruit Company se lucró con el sudor y la sangre de tantas personas en Latinoamérica durante gran parte del siglo XX, sobre todo los hechos relacionados con la masacre de los trabajadores bananeros en la Ciénaga, Colombia, una tragedia que inspiró historias como “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez. Pero se necesitarían cientos de artículos para contar las historias de corrupción de empresas multinacionales en esta zona del mundo.
Pero ¿qué pasa con corrupción hoy en día, sobre todo en América Latina? La corrupción legal y la ilegal, pues a diferencia de la última, la primera es condenada fundamentalmente por las generaciones posteriores a la época cuando ocurre, puesto que en el presente la misma se blinda detrás de un marco jurídico injusto que la legitima. Sobre este principio operaron sin misericordia empresas poderosas en países pobres por siglos, y no se equivoquen, todavía persisten versiones actualizadas de estas distorsiones jurídicas.
Lo primero que hay que señalar es que existe una tendencia global de luchar contra el fenómeno de la corrupción y todas sus formas, lo cual es sumamente positivo, pero por otro lado, hay que admitir que la misión es más que titánica, puesto que la corrupción permea a todas las actividades humanas, incluyendo la propia lucha contra este mal.
Ciertamente la impunidad hace un gran daño a las sociedades, pero la falsa o mal intencionada lucha contra la corrupción también representa un peligro para los pueblos. Por lo que se hace necesario crear controles no solo para enfrentar a la corrupción y todas sus caras, sino también para que se establezcan mecanismos potentes para evitar que la lucha contra la misma se pervierta y quienes dirigen dichos procesos no terminen protagonizando escándalos peores, sumiendo a sus países en profundas crisis políticas que devienen en crisis económicas devastadoras.
Tal fue el caso con Brasil, donde, por citar un ejemplo, el juez Sergio Moro, conocido por llevar a prisión al expresidente Lula da Silva por corrupción, resulta que utilizó su posición para manipular el juicio contra del político. Más aún, Dilma Rousseff fue sometida a un impeachment (juicio político) y resultó destituida de la presidencia por violar normas fiscales, pero ocurrió que muchos sus principales perseguidores resultaron ser corruptos.
Y más reciente, en noviembre pasado, en Perú, Martín Vizcarra fue destituido de la presidencia por el Congreso, en base a acusaciones de corrupción, y en su lugar fue puesto precisamente el jefe del Congreso que encabezó su juicio político, Manuel Merino, último que tuvo que renunciar en menos de una semana por la gran cantidad de protestas como consecuencia de la crisis política desatada.
Pero es de suma importancia enfrentar todas las caras de la corrupción, pues pareciera ser común que en países de la región la lucha contra este flagelo se concentra casi exclusivamente en los actores públicos, lo que podría desembocar en un callejón sin salida, puesto que mientras haya corruptores privados, por más funcionaros públicos y políticos procesados, seguirán apareciendo personas a las cuales corromper, incluso personas que inicialmente pudieran ser honestas.
Así como las primeras multinacionales extranjeras operaron en el pasado siglo en la región, hoy existen empresas poderosas que a través de mecanismos legales y no legales se posicionan sobre los intereses colectivos de las naciones donde se instalan, sobre todo naciones pobres, y arremeten inmisericordemente contra cualquier funcionario público que se atreva a obstaculizar sus operaciones.
Básicamente, si sectores poderosos no pueden comprar a un funcionario público para que actué en función de sus intereses, lo quitan del medio a través de distintos mecanismos, entre ellos, descreditarlo públicamente a través de terceros (medios de comunicación). En el futuro muchos oligarcas y dueños de empresas de hoy serán vistos como versiones de la United Fruit Company de sus épocas.
Peor aún, muchos de los programas de investigación periodística que han sido clave en la persecución de la corrupción pública en estas naciones, nunca osarían en enfocar sus esfuerzos para relevar los abusos de poder de las empresas más poderosas y sus dueños, pues sería revelarse en contra de sus propios patrocinadores.
La lucha contra la corrupción es una guerra de nunca terminar, pues mientras los humanos seamos imperfectos, habrá quienes violen las normas, pero incluso las propias normas son perfectibles en el tiempo, lo que implica que evolucionan también, como mismo hacen las sociedades y la propia moral.
La misma acumulación exorbitante de capital en unos cuantos podría en el futuro considerarse como corrupción, o incluso la concentración de medios de comunicación en unas pocas manos, parecido a como se castigan hoy los monopolios.
Quien sabe, quizás hasta se creen mecanismos más efectivos para evitar que la propia lucha contra la corrupción sea corrupta, en el sentido de que sea utilizada como una forma para eliminar rivales políticos y empresariales, o sencillamente quitar de en medio a personas que representan un peligro para el statu quo.
Por otra parte, los políticos, empresarios, líderes sociales y religiosos deben entender que los tiempos cambiaron. La transparencia ya no es algo opcional; las sociedades están hastiadas de la corrupción, y se encuentran bien empoderadas gracias a las nuevas herramientas que proporcionan el rápido avance de las tecnologías de la información y comunicación.
Por lo pronto, conocer la historia del fenómeno conocido como corrupción, su evolución y diferentes formas de manifestación, nos encamina a un mejor entendimiento que nos permita estar en mejor posición de encararlo y definir mucho mejores políticas públicas para combatirlo.