Los episodios de histeria ciudadana derivados del Covid-19 confirman que el ser humano no siempre es una especie movida por la razón. Hacerse con productos de primera necesidad de una manera impulsiva ha provocado que los supermercados acaben con sus estantes vacíos, que cientos de personas se amontonen en la puerta a la espera de la hora de apertura e incluso, en algunas ocasiones, se ha apelado a la violencia por culpa de una desesperación relativa y de una notoria avaricia. Uno de los casos más sonados fue el que sucedió la semana pasada en Australia, cuando dos mujeres acabaron a golpes porque una se llevó todos los paquetes de papel higiénico que quedaban y la otra le exigió que al menos le diera uno. Como consecuencia, los supermercados se vieron obligados a limitar la adquisición de este bien a un pack por persona.
Estamos ante un temor obvio, ya que este coronavirus se está expandiendo con una facilidad pasmosa en una atmósfera de incertidumbre. El desconocimiento de hasta dónde pueden llegar las consecuencias de esta pandemia afectan a los individuos, a las familias, a las comunidades, a los gobiernos, a la economía… Es así como se genera una psicología del miedo que puede llegar a sacar lo peor de las personas. Los pensamientos desmedidos y la falta de conocimiento que tiene la población genera, según el psicólogo David DeSteno, un cóctel de sabor amargo.
“Las noticias sobre el número de víctimas del virus incrementan nuestros temores y no sólo estamos más preocupados por contraerlo de lo que deberíamos, sino que también nos mostramos más susceptibles a la hora de aceptar afirmaciones falsas y de llevar a cabo actitudes potencialmente problemáticas, hostiles o temerosas hacia aquellos que nos rodean – afirmaciones y actitudes que a su vez refuerzan nuestro miedo y amplían el ciclo”, afirmó DeSteno en un editorial en The New York Times.
Percibimos actitudes egoístas a diario y sin necesidad de vivir situaciones como la actual, sin embargo, es en este tipo de crisis cuando esos comportamientos pueden llegar a incrementar de manera desmesurada. Según algunos expertos, hay varios motivos por los que se producen comportamientos poco cívicos en este tipo de circunstancias. Por un lado, tal y como afirmó la psicóloga británica, Dorothy Frizelle a la publicación Quartz, la gente vive en un estado de amenaza constante cuando son bombardeados con información negativa relativa al coronavirus.
“Pone a la gente en un estado de hiper-vigilancia, de modo que cualquier información al respecto se maximiza. Están más pendientes de cómo evoluciona el virus, escuchan más, leen más e interpretan toda esa información como una amenaza”, afirmó.
Es entonces cuando la emoción sale de sus casillas. ¿Cuántos mensajes recibimos cada día con diferentes posturas ante el coronavirus? Que si una pediatra del Hospital de la Paz explica en un audio que lo peor está por llegar, o un médico español en Milán que avisa de que el sistema de salud va a colapsar. Recomendaciones, maneras de actuar y un miedo generalizado que potencia determinados pensamientos que acaban afectando a nuestra percepción del riesgo. En este caso, el peligro es tan real como necesario el civismo que debe imperar, aunque en algunas ocasiones éste brille por su ausencia.
“Los seres humanos han evolucionado para reaccionar mal a ese tipo de incertidumbre e imprevisibilidad, porque ambas sensaciones nos hacen sentir una falta de control. Somos seres humanos, así que estamos preparados para responder a las amenazas para protegernos a nosotros mismos”, explicó. “Pero es realmente difícil hacerlo… cuando la amenaza es tan incierta y potencialmente de gran alcance. Ahí es donde empiezas a ver a la gente adoptar comportamientos más inusuales”.
El pánico hace que vayamos en masa a comprar productos para llenar nuestra despensa sin medida alguna, sin mirar atrás, porque la prioridad es uno mismo y su gente. Aunque sea exagerado, aunque la cantidad de suministros esenciales no sea tan necesaria como lo es para otros y se sobrecargue la cesta de la compra de manera superflua. Estar preparado para un confinamiento en casa es una obligación, pero también lo es el no contribuir de manera innecesaria a la histeria.
“Nosotros nos hemos ido surtiendo de avituallamiento de manera escalonada desde la semana pasada”, afirmó a Yahoo! Álvaro, que trabaja en Madrid y vive con su mujer e hijo. “Tenemos suficiente para pasar varias semanas, y aún me falta comprar vegetales y algunas frutas, pero sin entrar en este pánico. No me parece bien que haya gente que se dedique a vaciar los estantes sin control como si esto fuera el Apocalipsis. Creo que en esta crisis todos tenemos un papel que jugar y es muy importante tener responsabilidad”, agregó.
Álvaro no ha podido surtirse de geles desinfectantes suficientes porque no encuentra desde hace días y teme que suceda con los pañales algo parecido a lo que se está viviendo con el papel higiénico.
La codicia está contribuyendo a que el virus sea más letal, ya que ésta sale a relucir con el sentimiento de paranoia generalizada, sin embargo, otra de las consecuencias de la sinrazón son los ataques racistas, ya sean violentos o no. Debido a que el brote se originó en Wuhan, China, los sentimientos y ataques en contra de la población asiática se han extendido en todo el mundo. No sólo eso, compartir espacio con un italiano también ha sido motivo de incomodidad en muchos casos después de que Italia se haya convertido en uno de los focos más activos. La desconfianza ha ido en aumento, y esto tiene una explicación para Alison Holman, profesora asociada de la escuela de enfermería de la Universidad de California y experta en psicología de la salud.
“Cuando las personas reaccionan por una emoción fuerte, pueden tomar decisiones rápidas e irracionales. Hay gente que ya tiene prejuicios, y algo así refuerza las suposiciones y estereotipos que pueden tener en sus mentes sobre un grupo de personas en particular”, afirmó la experta.
El catalogar a una determinada raza o población como portadora del virus o como culpable de su propagación es otra de las irresponsabilidades que más se han percibido durante las últimas semanas. Según los expertos, la tendencia a buscar culpables no es efectiva, como tampoco lo es el sentimiento paranoide, ni los pensamientos poco realistas, mucho menos la codicia innecesaria. Los expertos en salud coinciden en que dejar que el pánico se apodere de la manera en la que tomamos decisiones y de nuestro pensamiento racional es abrir las puertas a la posibilidad de pagar un precio mucho más alto que la amenaza en sí que supone el virus.