Desde mucho antes de nosotros los quisqueyanos denominarnos dominicanos y los hermanos arahuacos de Veneci-uela referirse a sí mismo como venezolanos, las olas que partían de cada una de nuestras costas terminaban por estrellarse con los arrecifes de la otra.
Y tal como ha manifestado la arqueología regional, sí indagas los cimientos del Rio Orinoco o los fondos del Rio Ozama, encontrarás allí, restos con genes comunes que, van desde nuestros ancestros indígenas, hasta nuestros libertadores de Patria de siglos pasados. Así de estrecha es y siempre ha sido la relación de nuestras tierras y pueblos.
A pesar de que para muchos aún es curioso, cómo en la última década han llegado tantos venezolanos a República Dominicana, lo cierto es que, tanto los intercambios comerciales y culturales de nuestros pueblos y geodesias, como las migraciones, se remontan al período precolombino con los desplazamientos de originarios desde las costas venezolanas a las de las islas del Mar Caribe y viceversa.
Y aunque más adelante desglosaré la evidente tendencia que siempre ha fomentado esos desplazamientos, lo cierto es que la motivación de mi opinión de hoy no solo recae en ese interés, sino más bien en destacar que siento una gran preocupación porque potencialmente hay 25,000 compatriotas quisqueyanos en Venezuela, sufriendo las penurias de coacciones políticas y la diaria incertidumbre sobre si lograrán conseguir lo más básico para subsistir en este escenario socio-económico y político que vive la hermana nación suramericana.
Visto la realidad que se presenta en Venezuela y como sus propios ciudadanos en los recientes años han estado emigrando mayormente hacia Estados Unidos, Colombia, Perú, Curazao y la misma República Dominicana como respuesta a su realidad y su crisis socio-política de trascendencia geopolítica y que nos hace pensar que los dominicanos que durante décadas vivieron allí, no optarán por también partir hacia esas naciones o incluso, lo más evidente, regresar a su tierra.
Si regresan los de fuera
Aquellos que partieron en los años ’80 en busca de mejor vida lograron establecerse y hacer del país amigo su tierra y su realidad. Sin embargo, hace tiempo que la situación de esa nación no ha mostrado la bonanza que motivaron a que muchos de los nuestros partieran en busca de oportunidades hacia ella. Incluso me atrevería a agregar que esos nuestros, dejaron de ser fuentes de remesas hace muchos veranos. Y lo triste es que posiblemente el flujo se haya revertido y desde la media isla se esté enviando más divisas hoy, que lo que se recibe de Venezuela.
Ahora bien, ¿estamos preparados para que los nuestros que residen en Venezuela regresen?
Conociendo las limitaciones de una economía en crecimiento como la nuestra y las afligidas dificultades sociales que actualmente nos afectan, ¿tendrá el sistema de seguridad ciudadana, salud, educativo, económico, laboral y habitacional de República Dominicana capacidad de dar respuesta a un impacto de flujo de esa magnitud? ¿O será necesario considerar que para manejar esa potencial realidad es preferible considerar la opción de asistencia social en favor de las familias de nuestros hermanos que viven en Venezuela?
Lo que se está viviendo en nuestro allegado país suramericano sobrepasa la descripción de crisis. Eso es un Estado fallido, político, social y económicamente. Eso es una pseudo democracia que ha arruinado el valor de sus recursos naturales y optado por una economía de tráfico. Un Estado que además de no poseer ningún tipo de sostén, se perfila y actúa como una dictadura apoyada sobre la amenaza, la sugestión y el soborno.
Según el Consejo Nacional para las Comunidades Dominicanas en el Exterior -CONDEX, ya en el 2017, más de 500 patriotas residentes en Venezuela habían solicitado al gobierno dominicano acudir en su ayuda para retornar al país, debido a la crisis. Sin embargo, a muchos de ellos se le ha dificultado, por el largo tiempo que llevan radicados allí.
Esperanzado de que los representantes gubernamentales hayan tomado esa solicitud del 2017 y la actual realidad de manera muy seria y hayan asumido su rol de patriota más que el de funcionario. Porque si de algo ha de servir el CONDEX, y el Instituto del Dominicano en el Exterior -INDEX es que, en momentos como este, y juntamente con el Consulado General, se conviertan en el gobierno real de los dominicanos que están viviendo allí. Que con apoyo desde el Ministerio que las rige, las tres instituciones sean capaces de ser canalizadoras de los intereses de los más necesitados y gestores del bienestar que ellos aspiran a reasumir. No hay motivo alguno que justifique el que un solo de los nuestros tenga que vivir bajo esas penurias e infinidad de vicisitudes que a diario presenciamos en las redes sociales y los grupos de chat.
En Venezuela se está viviendo una situación difícil y desconcertante. Un contexto tan solo comparable con el de un desastre natural. Y si los Huracanes Irma y Maria no fueron capaces de gestionar un Plan de Acción a favor de los dominicanos en el exterior que están en situaciones con carácter de emergencia, para los nuestros que, están viviendo en Venezuela una realidad no menos comparable con una de suceso, hace tiempo que debió haberse creado y llevado a cabo. Nuestros nacionales no tienen por qué sentirse desamparados por su nación de origen.
El ser dominicano no se determina por el lugar en donde resides. El no habitar en sus 45.000 km² no impide el que seamos dominicanos. La dominicanidad se define por el espíritu, los valores y las costumbres que llevamos con nosotros. Yo, como todo aquel dominicano en la Diáspora, soy República Dominicana. Nosotros “los de fuera” somos nuestro país y nuestro país somos nosotros. Un territorio no determina si estoy o no en la Patria.
Estar en la Patria no solo se define por ser víctima de su cotidianidad o héroe de ella. Ni vivir en la supuesta comodidad del extranjero, excluye a los dominicanos que están en las diásporas. Pero sí uno de los nuestros está pasando por una adversidad, sin importar recurso o diligencia, a ese dominicano hay que socorrerle. Esté donde esté. Como a los hermanos que están en Venezuela hoy día. A ellos hay que auxiliarlos.
De aquí pa’ allá
Para cerrar, debemos conocer que las migraciones de y desde nuestras naciones siempre han sido motivadas por realidades económicas causadas por eventualidades tanto políticas, como naturales. Pues cuentan los historiadores que ambas tierras han servido de refugio y asilo para la una y la otra.
Así como Simón Bolívar llegara a Haití en busca de ayuda, para sus guerras de independencia, de igual modo la corriente independentista dominicana llevo a Juan Pablo Duarte hasta Venezuela. Así como la dictadura de Juan Vicente Gómez (1908-1935), expulsó políticos y comerciantes que terminarían por asilarse en la Capital dominicana, de forma similar en 1930, a causa del ciclón San Zenón y los inicios de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, los primeros exiliados y damnificados emigran hacia Venezuela.
Décadas más tarde, afianzada la dictadura de Trujillo, desde la misma Venezuela, se gestan conspiraciones contra el régimen, acto que contra-responde el tirano, ordenando un atentado contra el presidente Rómulo Betancourt y con ello, el exilio de Juan Bosch.
Cuando República Dominicana inicia la facilitación de pasaportes, surge un activo flujo migratorio hacia EE. UU. y en especial, Venezuela. Esta movilidad se amplifica con los eventos de Abril del ‘65, con la llegada de 2 mil constitucionalistas a la nación suramericana. Con la elección de Balaguer a inicios de los ’70, también surgen prohibiciones financieras e inseguridad política en la población, que termina por enviar cientos de dominicanos a Venezuela.
Los desastres naturales y políticos siempre han sido los mayores propulsores de movilización de población entre naciones.
Esta es la primera vez que en la movilidad entre ambos países, la República Dominicana recibe una oleada de venezolanos de tal dimensión. Unos 21 mil ya están solicitando regularización, y se registró en 2017 el ingreso de unos 167 mil turistas venezolanos.
En Venezuela, los dominicanos fueron la población más numerosa procedente del Caribe, hasta el inicio del chavismo, que trajo los cubanos. De esa movilidad surgieron familias dominico-venezolanas cuyos hijos hoy intentan reingresar a República Dominicana junto a miles de venezolanos, victimas todos de circunstancias políticas y humanitarias.
A pesar de que no ha alcanzado la gravedad que existe hacia otros que han emigrado al país, el rechazo encontrado en la población dominicana, que desea que se regule su entrada, no hace mímica de las realidades históricas de nuestros pueblos.
Pero en lo que se define una legislación migratoria y comprensible o se elimina aquella dictadura, los venezolanos en necesidad, seguirán llegando, tal como llegábamos nosotros cuando el tirano nos regía. No obstante, en lo que también se establece un protocolo de asistencia hacia la diáspora en emergencia, no olvidemos el motivo de este escrito hoy, ¿Qué hacemos con los compatriotas que aún quedan en el país hermano?
Rodolfo R. Pou, Arquitecto. Empresario. Dominicano en el Exterior.