En la década pasada, algunos presidentes latinoamericanos comentaban por lo bajo que tenían un interlocutor clave en Washington para tratar asuntos importantes: el entonces vicepresidente estadounidense, Joe Biden.
De hecho, mientras ocupó ese cargo entre 2009 y 2017, Biden viajó 16 veces a la región en nombre del gobierno de Barack Obama.
Y ahora que Biden es el presidente de Estados Unidos, asoma una nueva etapa en su vínculo con Latinoamérica, en base a su experiencia en la región y sus diferencias con su antecesor, Donald Trump, quien tuvo como asunto excluyente en la agenda el freno de la inmigración desde el sur.
«Se elevarán temas olvidados en los últimos cuatro años. Uno es el cambio climático, una prioridad para el presidente Biden que será importante en el hemisferio occidental. Otro tema será la promoción de la democracia, los derechos humanos y el respeto por el Estado de derecho», dice Mark Feierstein, quien dirigió los asuntos regionales en la Casa Blanca de Obama y es próximo al círculo Biden, a BBC Mundo.
Sin embargo, esta nueva agenda con América Latina puede volverse un examen especial para el flamante presidente en su objetivo de recuperar el liderazgo global de EE.UU.
El fin y los medios
América Latina está lejos de ser la prioridad de Biden en un mundo que le presenta grandes desafíos, pero la estabilidad continental es de gran interés para EE.UU.
La región pasa hoy por dos colosales crisis simultáneas: la pandemia de coronavirus, que ya mató a más de medio millón de latinoamericanos, y el peor colapso económico en un siglo, debido a la emergencia sanitaria.
Este panorama puede ser caldo de cultivo para el surgimiento de líderes populistas y nuevas protestas callejeras que aumenten la inestabilidad en el subcontinente.
En este contexto, algunos anticipan que el gobierno de Biden asumirá en la región una actitud más activa que el de Trump.
«Si eres un líder hemisférico involucrado en corrupción, socavando la democracia de tu propio país, te llamarán por eso. Y ese es un cambio positivo», señala Feierstein, quien ahora trabaja en el sector privado como analista de las relaciones entre Washington y América Latina.
Pero, ¿tiene credibilidad EE.UU. para sermonear a otros países sobre democracia después de su grave crisis política, que este mes incluyó una invasión mortal al Capitolio por seguidores de Trump?
Feierstein descarta que el objetivo sea dar clases sobre el tema, pero sostiene que «las personas que luchan por la democracia en todo el mundo deben apoyarse mutuamente y EE.UU. debe ser parte de ese esfuerzo».
Al mismo tiempo, prevé que en países como Venezuela y Cuba el gobierno de Biden haga «un uso más apropiado de las sanciones, entendiendo que son un medio para un fin».
Respecto a Cuba, estima que Washington revisará la reciente decisión del gobierno de Trump de colocar a la isla en la lista de países patrocinadores de terrorismo, así como las restricciones impuestas a los viajes y remesas a la isla.
Y en Venezuela, Feierstein asume que se mantendrán sanciones a individuos por corrupción y abusos de derechos humanos, pero «podrían revisar las sanciones económicas para asegurar que avanzan al objetivo de una transición democrática, en vez de sólo imponer dolor al pueblo».
«Es importante presionar al régimen. Pero también es necesario que haya incentivos. Y potencialmente podría haber apoyo a algún tipo de esfuerzo para juntar a las partes en Venezuela y tratar de llegar a algún acuerdo sobre cómo celebrar elecciones libres y justas», dice.
Antony Blinken, nominado por Biden como secretario de Estado, dijo el martes que EE.UU. seguirá reconociendo al líder opositor venezolano Juan Guaidó como presidente interino de su país en lugar de Nicolás Maduro, a quien calificó de «dictador brutal».
Durante una audiencia en el Senado para ser confirmado en el cargo, Blinken indicó además que ve margen para una mayor coordinación con otras naciones de ideas afines a Washington, en busca de «elecciones libres y justas» en Venezuela.
Posibles roces
Los gobiernos de América Latina en general han expresado esperanzas de que el cambio de inquilino en la Casa Blanca permita mejorar sus relaciones con EE.UU.
La expectativa es que aumente la cooperación en áreas diversas, desde la lucha contra el coronavirus hasta la economía.
Sin embargo, también se avizoran posibles discrepancias o tensiones bilaterales en algunos casos.
«Los países latinoamericanos quieren cosas diferentes de EE.UU., entonces no espero que haya una relación general de América Latina con EE.UU. sino más bien relaciones de diferentes países con EE.UU«., dice Pamela Starr, una profesora de relaciones internacionales en la Universidad de Southern California, a BBC Mundo.
Por ejemplo, la intención de Biden de colocar sobre el tapete el problema del cambio climático puede ser aplaudida por algunos gobiernos en la región pero también rozar algún nervio sensible.
Antes de las elecciones en EE.UU., el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, rechazó como «amenazas cobardes» una idea de Biden de ofrecer a Brasil un fondo de US$20.000 millones para que detenga la deforestación amazónica o enfrente «consecuencias económicas».
Tanto Bolsonaro como su par de México, Andrés Manuel López Obrador, desarrollaron buenas relaciones con Trump y demoraron en reconocer el triunfo de Biden en noviembre.
Según Starr, ambos temen que la nueva agenda de Biden suponga una mayor injerencia en asuntos de sus países, aunque no haya certeza de que eso ocurrirá.
No obstante, los líderes de las dos mayores economías latinoamericanas expresaron voluntad de trabajar con Biden tras su asunción: Bolsonaro lo hizo en una carta al presidente entrante y AMLO en una conversación telefónica con Biden el viernes.
En esta charla, ambos hablaron de la necesidad de responder al fenómeno migratorio abordando sus causas y promoviendo el desarrollo en los países de origen, según notas oficiales de EE.UU. y México.
Eso ya marcó un cambio significativo respecto al énfasis de Trump de cortar el flujo migratorio hacia el norte con mano dura y políticas calificadas como «draconianas» por la nueva Casa Blanca en su comunicado del sábado.
Durante su campaña, Biden prometió destinar US$4.000 millones a América Central, como parte de una estrategia para mejorar las condiciones de vida en la región y reducir los incentivos para emigrar a EE.UU.
Se prevé que este paquete exija como contrapartida más controles contra la corrupción en los países del Triángulo del Norte (Guatemala, Honduras y El Salvador), lo cual también puede generar roces con Washington.
De hecho, durante el gobierno de Trump, Guatemala y Honduras clausuraron mecanismos internacionales creados para combatir la corrupción y la impunidad en sus territorios.
En una América Latina donde crece la presencia de China y donde Trump practicó apenas una diplomacia personal y de intercambio de favores, «el mayor desafío (de Biden) es reconstruir las bases institucionales de la relación» con EE.UU., define Starr.
La Cumbre de las Américas prevista para este año, con EE.UU. como anfitrión, podría ser una prueba temprana del éxito o los escollos de esta nueva agenda.