El diario The Washington Post publica hace poco un artículo de Paul G. Cassel, catedrático de leyes de la Universidad de Utah, que arroja luz sobre el testimonio de un amigo de Michael Brown, el adolescente afroamericano que murió por heridas de balas luego de un enfrentamiento con el oficial de policía Darren Wilson en la localidad de Ferguson, Misuri, el pasado mes de agosto.
El hecho ha tenido un despliegue inusitado en las cadenas de noticias de Estados Unidos desde hace casi cuatro meses. Y entre tantas palabras y opiniones, así como el connotado tinte racial que sectores interesados le han dado a la tragedia, lo cierto es que la verdad sale a relucir poco a poco.
Dorian Johnson era amigo muy cercano de Brown. El día de los hechos se hallaba junto a él y fue testigo de primera fila de la muerte del adolescente con fichas delictivas, de más de seis pies de estatura y casi 300 libras de peso. Sin embargo, en sus declaraciones a la prensa y ante el jurado de instrucción penal que dio seguimiento al caso, salen a relucir una serie de inconsistencias.
A lo largo del proceso, el testigo número diez ofreció versiones inconsistentes y contradictorias.
Entre ellas, que el policía Wilson disparó desde su auto a Brown, a quemarropa, y le causó heridas en el pecho.
Luego, declaró a medios de comunicación que lo ocurrido el 12 de agosto en Ferguson, la víctima fue alcanzada por un disparo en la espalda, entre otras contradicciones sobre un forcejeo entre el oficial, quien se hallaba dentro de su auto patrulla, y Brown, fuera del vehículo, poco después del joven asaltar una tienda y agredir al dueño del negocio.
Entre lo plausible y lo observable, queda demostrado que el jurado estuvo correcto en la decisión de declarar no culpable al oficial Wilson. El testimonio ficticio de Johnson fue hecho bajo pena de perjurio, y algunos de los hechos fueron corroborados por la oficina del forense público y de otro experto contratado por la familia de la víctima.
Entre otras inconsistencias, Johnson, autor de la frase “manos arriba, no dispare”, primero afirmó que Brown se hallaba a unos 20 o 22 pies de distancia del oficial Wilson. Al ser cuestionado por la defensa, alegó que el joven no podía moverse, levantó las manos para mostrar que estaba desarmado, pero el policía Wilson le disparó a mansalva. Una vez más, la versión no encajó con la evidencia física.
La historia fabricada por Johnson convirtió en víctima a un villano. Y lo peor ha sido que cierta prensa liberal de Estados Unidos, en contubernio con activistas sociales afroamericanos como Al Sharpton en su programa de MSNBC, desacata la ley y pretende manchar la credibilidad de la justicia, que no mira colores a la hora de cumplir su deber, así como la separación de poderes que estipula la Constitución de la nación.
Para echarle más sal a la herida, a dicha actitud beligerante se suma un inquilino en la Casa Blanca que con su retórica y el doble lenguaje, atiza las tensiones raciales y se interesa solo por los casos de violencia que involucran a afroamericanos. Mientras todos los días, las cárceles de la nación se llenan de hispanos, asiáticos, blancos, negros y de otros colores sin que a nadie le interese…»