EL MUNDO

Crimen, castigo y sociedad

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Por Jesus Rojas

¿Hasta dónde una sociedad que se ufana de ser civilizada puede permitir que la violencia sea invocada por elementos antisociales como recurso contra 50 niños inocentes dentro de un autobús? ¿Y hasta qué punto el brazo de la justicia tiene la voluntad necesaria para que se imponga el debido castigo a la práctica delincuencial de chantajear, boicotear y aterrorizar la soberana y libre voluntad de otros individuos que respetan las reglas del juego social?

Los hechos de amenaza de violencia ocurridos hace poco en Boca Chica por parte de elementos calificados por la sociedad como, gánster de un mal llamado “sindicato de choferes”, hace que se cuestione el rumbo que lleva el país cuando se trata del respeto a las leyes, el individuo, y el estado de derecho. Nada justifica la violencia para dirimir diferencias. Pero si hoy se amenaza con pegar candela a otros, lo más probable es que se haga realidad mañana.

Una de las definiciones del crimen y el terrorismo es delito grave que consiste en matar, herir o hacer daño a una persona; acción o cosas que perjudica a alguien o algo; o forma violenta de lucha política mediante la cual se persigue la destrucción del orden establecido o la creación de un clima de temor e inseguridad social.

El nuevo Código Procesal Penal ha sido duramente criticado por su flexibilidad para castigar a quienes cometen delitos graves y menos graves. En este momento, el sistema de justicia penal en la República Dominicana atraviesa por una transición de lo obsoleto a lo moderno para castigar a quienes violan las leyes. Ahí está la diferencia entre Najayo y la Victoria. El primero busca rehabilitar y reinsertar. El segundo, perpetúa el viejo enfoque de injusticia tradicional, que puede convertir a un preso preventivo en un criminal neto y nato, sin posibilidad de rehabilitación.

La violencia física o verbal en la cultura dominicana se percibe como algo natural. Se acepta usualmente entre individuos acomplejados que se sienten superiores a los demás, a fallas en su autoestima, que se alimentan por el machismo y la necesidad del ego de prevalecer, avasallar e imponerse. Si a esos ingredientes se suma una tercia de ron, una bachata, una mujer y una pistola al cinto, lo demás es cuestión de tiempo para pasar de lo ridículo a lo trágico.

En la novela de carácter psicológico Crimen y Castigo, del escritor ruso Fiodor Dostoievski, publicada en 1866, el protagonista principal, Rodión Raskólnikov, se debate entre la cruda realidad de su miseria material, y su desprecio por los demás a quienes veía como seres inútiles de la sociedad vil y egoísta que lo rodea y que tanto desprecia.

El personaje asume que la sociedad se divide en dos tipos de humanos: los superiores que tienen derecho a cometer crímenes por el bienestar general social, y los inferiores, sometidos a las leyes y cuya única función es la reproducción de la raza humana. La justificación moral de su accionar es que él sea un hombre superior, en cuyo caso no ha de sentir ningún tipo de remordimiento por sus hechos, pese a que termina siendo lo contrario.

Cuando se trata de delitos cometidos y comprobados a través del debido proceso de ley, el castigo debe ser contundente, proporcional y ejemplar. La sociedad dominicana no puede permitir que los antisociales, delincuentes, anarquistas, narcos, dementes y maleantes pretendan imponer su reino del terror a la mayoría, por medio de secuestros, asaltos, agresiones, atracos, asesinatos, incendios forestales, desfalcos, sicariatos, robo de identidad y otras modalidades del crimen engendrados por la globalización de gansterismo nacional importado, y una sociedad disoluta, libertina, injusta y excluyente.

Hoy son los niños estudiantes víctimas de la violencia egoísta. Mañana podría ser la familia, la sociedad y todo el estado. Aún estamos a tiempo de detener esos lodos antes que la avalancha de la escoria social siga en aumento y se sienta tentada a imponer una marejada de sangre y convulsión social que nos retrotraiga a los tiempos superados de Concho Primo y la montonera…

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