Cuando era menor, los países del hemisferio americano ya guardaban el 12 de octubre como feriado, con el título del Día de Cristóbal Colón, supuesta fecha en la que el Almirante y su tripulación llegara a la isla Guananí, en el hoy archipiélago de las Bahamas. La fecha fue originalmente guardada para las celebraciones ítalo-americanas a finales del Siglo XIX de la ciudad de San Francisco, California. Esa sería la que luego evolucionaría en 1936, a la celebración que conocí cuando niño. Sin vacilación, el resto de los habitantes de los países que componen este continente, aceptarían la fecha como una digna celebración del descubrimiento de nuestros ancestros nativos y todo lo excepcional que habíamos aceptado llegar con ese evento. Algo que hoy encontraríamos un tanto raro, pero que para entonces recuerdo que lo conmemorábamos con orgullo.
Pasado los años, no bien había llegado yo al raciocinio de la adolescencia, cuando la revaloración que por décadas venia justiciando la figura y los actos del navegante, finalmente logra que, la fecha refleje una mayor estimación e inclusión de los originarios que aquí encontró el genovés y su personal, optando muchos para entonces, asumir la fecha como el Día de la Raza, evitando así, llamarle Día de Colón. Esa tendencia se extendió por una muy breve época, pues el concepto no caló en la población. Desde entonces, las partes han aligerado sus fervores y la fecha incluso, aquí en los Estados Unidos, no está fijada al día doce como pensaba cuando niño. La fecha ha sido observada y celebrada desde 1971, el segundo lunes de cada octubre.
Aunque su título oficialmente mantiene la referencia del “descubridor”, en esos circundantes años comenzó a surgir una nueva tendencia a llamarle otra cosa que no fuera el “Dia de la Raza” o el Día de Colón. La iniciativa comienza de manera indirecta con la propuesta de una “Semana de la Herencia Hispana”, establecida por un Proyecto de Ley patrocinada por el demócrata y Diputado por Los Ángeles, California, Edward R. Roybal. Esta legislación luego sería firmada por el Presidente Lyndon Johnson. En el 1988, la administración presidencial de Ronald Reagan quien además había sido Gobernador para la época en cuando la propuesta de Roybal fue originalmente presentada, propone la ampliación a una que iría del 15 de septiembre al 15 de octubre y en ella atrapando la celebración de Colón dentro de ella. Y es así donde inicia la disminución de los factores controversiales del Almirante genovés, y se comienza a excluir también el componente de los nativos del hemisferio, dando paso al nacimiento del Mes que conocemos hoy como el de la Herencia Hispana.
El 15 de septiembre de cada año se elige como inicio, tomando los aniversarios de independencia de cinco países latinoamericanos: Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua. Todos declararon su independencia en 1821. Sumado a ellos, México, Chile y Belice celebran sus días de independencia el 16, el 18 y el 21 de septiembre, respectivamente.
Pero hay un factor influyente y de mayor importancia que es el que ha impuesto y afirmado esta nueva realidad. Acreditada por el poder político que dicta que la mitad de los más de 50 millones de nosotros los hispanos podemos ejercer el voto, a su vez que nos acompañan unos US$1.7 Trillones de capacidad de compra en los Estados Unidos, la fecha de ese segundo lunes de octubre, enmarca la última semana del mes señalado, y lo hace con el utilitario factor de que ya esa culminación de fin de semana largo, es solo visto como un día de ventas y ofertas. Oportuno además, para los políticos, los activistas, las organizaciones sectoriales, ya que ese lunes marca el inicio de los últimos treinta días de proselitismo, ante las elecciones que siempre se celebran el primer martes de noviembre.
Los medios también lo han capitalizado, dictando una programación exclusiva a la Herencia Hispana. Ya no tanto de “raza”, mucho menos de “nativos”.
La fecha que se nos ha convencido en celebrar, diluye a los originarios e indirectamente impulsa a los herederos de la hispanoparlante madre España. Una increíble contradicción a la ecuánime postura que habíamos asumido hace unas décadas en nuestras naciones latinoamericanas. Sin embargo aquí en el colectivo terrenal de diásporas, el ser minoritario y requerir representación nos ha obligado a unificarnos alrededor del idioma que los hispanos poseemos en común, precisándonos también el asumir símbolos, etnias y culturas ajenas, como propias, por el simple hecho de fortalecer la potencia monolítica de la hispanidad.
Ahora, ese sacrificio si se quiere, ha impedido que reclamos caigan en el vacío, permitiéndonos velar no tan solo por nosotros aquí, sino también por los de nuestros países de origen. Algo que no sucede con el resto de los inmigrantes que vinieron de Europa, pues esos están desconectados por completo en materia sociopolítica y hasta cultural. Ahí se perdió el vínculo. Pues nunca has escuchado sobre el poder político o económico de los alemanes-americanos; los franceses-americanos o el de los ingleses-americano. Esos ya son parte del tejido de la nación. No se ven como ajeno a nación. Esos no requieren un mes de herencia.
A diferencia de ellos, y por el momento también los cubanos y venezolanos por motivos obvios, cada latinoamericano tiene tierra a donde regresar. A un lugar propio donde podrá ser recibido sin que se le llame inmigrante. Un lugar donde jamás se le tachará con prejuicios.
Y para el que está por venir o aquel que ya llegó, ve aceptando que encontraras tendencias que te dicten que debes dejar de ser quien eres, si quieres ser alguien. Pues como tú vinieron muchos y no lograron encontrarse. Ya sean aquellos tripulantes de las naves de Colón, o los esclavos que vinieron luego. Les recuerdo que el pesimismo que acústicamente le indicó que el césped del vecino lucía más verde que el suyo, pecó al ocultarles que la valentía es contagiosa, incluso más, cuando eres capaz de presenciarla en el peniel de tu pantalla, o leerlas en ciertos crisoles donde inadvertidamente se nos fija que los inmigrantes antes que venir a tomar o llevarse, consigo traen semillas de otros lares que, harán de esta idea de América una más real y más perfecta.
Pues aquella época donde las clases se medían por su capacidad cívica o sus valores ha pasado a ser como el “Día de Colón”, asunto del pasado y un día de ventas. La fuerza laboral que representas, tu capacidad de consumo y los poderes políticos que puedes imponer, hoy determinan la valía del individuo, de una población y porque no, sobretodo el de una diáspora.
Si ha de números con que se nos ha llegado a identificar, pues que sea el día doce o el segundo lunes del décimo mes, ¿que ha de importar?, si cuando era menor fuese el “Día de Cristóbal Colón” y ahora que soy adulto sea el mes de la “Herencia Hispana”, ¿qué más da?. Pues ya no hay nativos a quien glorificar o esclavos a quien admirar, más que a la hija de una, cuyas palabras terminaron por adornar la página veintiséis de la libreta del pasaporte que te identifica como americano.
“La causa de la libertad no es la causa de una raza o una secta, un partido o una clase, -es la causa de lo humano como tal, del verdadero derecho de nacimiento de la humanidad.” -Anna Julia Cooper, hija de una esclava de América.
Rodolfo R. Pou, Arquitecto.
Empresario. Dominicano en el Exterior.