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Biden y el telón de fondo

Poco después del mediodía de este miércoles, 20 de enero de 2021, el 46to presidente de los Estados Unidos habrá prestado juramento al cargo, como todos esperan dentro y fuera de los Estados Unidos, en circunstancias históricas sin precedentes para un nuevo mandatario.

Más allá de los miles de efectivos, alambres de púas, cercas enormes, restricciones de tránsito y otras medidas extraordinarias tomadas por las autoridades, tras lo ocurrido en el Capitolio el pasado 6 de enero, el nuevo mandatario estadounidense asume con un peso enorme sobre sus hombros.

De su plan de Gobierno dependerán muchos asuntos, entre ellos la salud debido a la pandemia, la economía, la seguridad nacional, la deuda galopante, la política exterior, la polarización política y la división que afecta a amplios segmentos de la nación, entre otros temas delicados para los Estados Unidos.

Dicha nación, de la cual todos sus ciudadanos nos sentimos orgullosos de pertenecer, ha estado por más de 200 años sustentada en principios y valores, institucionalidad, respecto, dignidad, balance y contrapeso, y el fundamento de su existencia: la libertad.

De manera que más allá de ser demócrata, republicano, liberal o conservador, pacifista o anarquista, como capitán de la nave, Joseph Biden, tiene la primordial misión de curar las heridas, restañar y enderezar el rumbo para todos y con todos, lejos del destructivo odio y la retórica incendiaria de los últimos años.

La nueva etapa histórica, política y social que da inicio este día, pone en manos de la nueva administración la responsabilidad única de reunificar la nación por encima de la retribución y la represalia; el deber de cumplir y hacer cumplir el debido proceso que ha hecho de esta nación lo que es y lo que puede llegar a ser como faro de esperanza para el resto del planeta.

Para nadie es un secreto que el ejercicio de la política profesional ha caído en descrédito debido a varios factores, entre ellos el vacío de poder proactivo en los partidos políticos, secuestrados por mafias, y la ausencia de un liderazgo firme, confiable, carismático, que tienda puentes y abra puertas a todas las soluciones posibles con propios y adversarios.

La presidencia del nuevo presidente estadounidense, Joseph Biden, es la de todos los ciudadanos de la nación en tanto y en cuanto logre el portento de aglutinar para un fin común: concertar a una gran familia nacional por encima del sectarismo venenoso que permea la actual hora de la historia política nacional.

Los más de 75 millones de electores estadounidenses que votaron a favor de Donald Trump deben ser tomados en cuenta a la hora de dictar políticas públicas que sean incluyentes, centradas, de sentido común y que antepongan el interés general por encima del interés particular.

El presidente Biden es un veterano sobreviviente de la política de Washington. Nadie mejor que él conoce al dedillo cómo se mueve el tinglado del teatro nacional en ese escenario cuadriculado del Distrito de Columbia, donde se suele jugar un ajedrez incierto entre poderes, intereses y temores.

El escenario de hoy al pie del Capitolio pasará a la historia. Para el nuevo mandatario que asume las riendas, y para la nación en general, lo que inquieta es lo que llegará después. Si el presidente Biden tendrá la debida voluntad política para imponer el consenso urgente y necesario, o si cede a las presiones de la minoría extremistas desde ambos partidos.

La nación observa al nuevo inquilino de la Casa Blanca y su equipo. Confía en lo mejor, pero se prepara para lo peor. Se necesita una cruzada para retomar el rumbo de la confianza, la fe, la integridad política y moral de esta gran y noble nación y su destino manifiesto cimentado en principios y valores eternos.

Una gran oportunidad para Biden y para todos, demócratas y republicanos. Ese es el telón de fondo real más allá de los rituales y tensiones de este 20 de enero al pie de la colina del Capitolio. Confiamos y esperamos lo mejor por el bien de todos y para todos.

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